En 1991, el empresario californiano Walter Liew acudió a un banquete junto a
un grupo de autoridades chinas organizado por Luo Gan, un alto oficial del
Partido Comunista que más tarde se convertiría en uno de los nueve poderosos
miembros del politburó chino. “El objetivo (de la invitación) era
agradecer mi
patriotismo” por haber hecho “contribuciones a China,
por haber entregado tecnologías clave”,
escribió Liew más adelante en una carta dirigida a una empresa del gigante
asiático. Un borrador de esa misiva fue encontrado por investigadores del FBI
en la caja fuerte de su casa.
Era la prueba que las autoridades norteamericanas estaban buscando: durante
años Liew
había robado
información tecnológica de la empresa estadounidense Dupont,
por un valor estimado de 20 millones de dólares, que después intentaría vender
a Pangang Group, una empresa estatal china de Sichuan. En concreto,
sustrajo la fórmula para desarrollar óxido de titanio TiO2,
utilizado como pigmento blanco en multitud de productos industriales. Con esa
ayuda, la firma Pangan se ahorraría toda la investigación acerca de la
producción de dicha sustancia.
En el famoso ágape, según la acusación, Liew recibió las
órdenes de cómo y qué secretos industriales robar, y a quién pasárselos. Ahora
acaba de ser declarado culpable de 20 cargos, entre ellos la conspiración para
cometer espionaje económico y robo de secretos comerciales. Junto a él, ha sido
condenado también Robert Maegerle, un empleado al que Liew pagaba por
información. La defensa no niega los hechos, peroasegura que lo
que ambos vendían no eran secretos comerciales, y que, en todo caso, no
trataban de beneficiar al Gobierno chino.
El caso de este empresario representa el viejo paradigma del
espionaje industrial: una persona que, mediante métodos ilegales, obtiene
información sobre unos procesos que luego vende a otra compañía, y todo bajo
la batuta de un Gobierno extranjero.
Cada vez más escurridizos
Los ladrones de secretos corporativos son hoy mucho más
sofisticados y difíciles de atrapar. “Desde el 11 de septiembre se ha
producido un aumento radical en las actividades de espionaje industrial no
perseguidas, pagadas por grandes empresas que espían de todo, desde miembros
del Gobierno a otras empresas o incluso organizaciones no gubernamentales que
puedan dañar sus intereses”, asegura a El Confidencial Annie Machon,
antigua agente del Mi5 británico y experta en espionaje. “Empresas como
Dilligence, que ha fundado uno de mis excompañeros en la inteligencia
británica, u otras comoKroll, Aegis o la antigua Blackwater… Lo que hacen nadie
lo revisa: son como mercenarias del espionaje industrial”.
Estas empresas, según Machon, cubrirían el espectro de la
vigilancia entre grandes corporaciones, mientras que las agencias de espionaje
como el GCHQ británico o la NSA estadounidense se encargarían de husmear
en los Gobiernos y entidades públicas o relevantes para la seguridad
nacional.
En el famoso ágape, según la acusación, Liew recibió las
órdenes de cómo y qué secretos industriales robar, y a quién pasárselos. Ahora
acaba de ser declarado culpable de 20 cargos, entre ellos la conspiración para
cometer espionaje económico y robo de secretos comerciales. Junto a él, ha sido
condenado también Robert Maegerle, un empleado al que Liew pagaba por
información. La defensa no niega los hechos, pero asegura que lo
que ambos vendían no eran secretos comerciales, y que, en todo caso, no
trataban de beneficiar al Gobierno chino.
El caso de este empresario representa el viejo paradigma del
espionaje industrial: una persona que, mediante métodos ilegales, obtiene
información sobre unos procesos que luego vende a otra compañía, y todo bajo
la batuta de un Gobierno extranjero.
Cada vez más escurridizos
Los ladrones de secretos corporativos son hoy mucho más
sofisticados y difíciles de atrapar. “Desde el 11 de septiembre se ha
producido un aumento radical en las actividades de espionaje industrial no
perseguidas, pagadas por grandes empresas que espían de todo, desde miembros
del Gobierno a otras empresas o incluso organizaciones no gubernamentales que
puedan dañar sus intereses”, asegura a El Confidencial Annie Machon,
antigua agente del Mi5 británico y experta en espionaje. “Empresas como
Dilligence, que ha fundado uno de mis excompañeros en la inteligencia
británica, u otras comoKroll, Aegis o la antigua Blackwater… Lo que hacen nadie
lo revisa: son como mercenarias del espionaje industrial”.
Estas empresas, según Machon, cubrirían el espectro de la
vigilancia entre grandes corporaciones, mientras que las agencias de espionaje
como el GCHQ británico o la NSA estadounidense se encargarían de husmear
en los Gobiernos y entidades públicas o relevantes para la seguridad
nacional.
“El espionaje industrial es ilícito y nosotros no lo
realizamos bajo ningún concepto”, defiende en El Confidencial Javier
Cortés, responsable de Kroll España y Portugal, una de las más famosas
firmas de inteligencia corporativa. “Obtenemos información de dominio público
difícil de encontrar, o tenemos fuentes confidenciales que trabajan en
determinados mercados y que nos dan información de ese mercado en concreto,
adoptando medidas muy duras de conformidad con la ley: no pueden trabajar en la
empresa de la que están hablando ni tener a ningún familiar dentro”.
Algunos critican que bajo esta modalidad de “inteligencia
corporativa” lo que hay en realidad son espías de pago que poseen información
privilegiada. Cortés asegura que su misión es mucho más sencilla: cuando
una empresa va a contratar, por ejemplo, a un director financiero y quiere
saber si existe algo en su pasado o presente que deba saber, algo que pueda
dañar la reputación del empleador, Kroll se pone en contacto con el sector
de los Consejeros Financieros y habla con ellos para ver qué saben del
candidato.